Rescato en el blog este relato que publiqué hace un tiempo en la revista literaria el Globo Sonda. Que lo disfrutéis. Con cariño para el grupo de facebook "Mucho más que letras."
L.
FERNANDO DE JULIÁN
Alejo
y Piedad se despertaron a la misma hora, las rigurosas y exactas ocho de la
mañana, pero en habitaciones distintas. Más de cuarenta años juntos y ahora
tenían que dormir separados. Aquella situación no había llegado por capricho ni
por distancias insalvables entre ellos, sino porque las normas de la residencia
así lo establecían. Ambos formaban un caso de los denominados “no usual”, lo
que también puede entenderse como excepcional. La mayoría de las realidades de
los residentes era que, o bien un miembro de la pareja ingresara tras varios
años de viudedad y trompazos con la autonomía personal siendo asistido por los
servicios sociales de zona, o bien ingresara
porque los familiares habían decidido que la vida en la residencia era lo mejor.
Alejo y Piedad eran la excepción, ingresaron voluntariamente el día que ellos
solos se dieron cuenta que la suma de los problemas de salud propios de la edad
y los problemas de memoria daban un resultado demasiado alto para sus
posibilidades. Más de cuarenta años durmiendo juntos y ahora tenían que hacerlo
separados.
Después
de asearse oportunamente tocaba el desayuno. Alejo siempre esperaba a Piedad en
las escaleras. Ella aparecía cada mañana por el fondo del pasillo de las
habitaciones de las mujeres, con el pelo suelto y un perfume que era la envidia
de la primavera. A Alejo le flaqueaban de continuo las piernas y más cuando el
corazón se le aceleraba un poquito sólo con distinguir su figura. Como un
ritual, Piedad llegó a su destino y sin decir nada Alejo le cedió el pasamanos.
Ambos se miraron tiernamente.
-
¡Somugrosa!-
Le dijo con energía Alejo.
-
¡Zorrocloco!-
Le respondió Piedad.
Y
juntos bajaron apoyaditos el uno en el otro los diecisiete escalones hasta la
planta baja. El ascensor estaba, y sigue estando, reservado para los residentes
con silla de ruedas o andadores; los demás tenían que bajar por las escaleras
por tajante orden médica. Llegados al comedor se sentaron a la mesa, eso si
podían hacerlo juntos, y esperaron el medido y energizante café acompañado con
dos suizos. Alejo engullía mientras Piedad masticaba con seguridad.
-
¡Lagarta!
-
¡Mameluco!
Se
levantaron al unísono con la despreocupación de quien no tiene que recoger nada
y Alejo apretó el paso para sacar unos metros de distancia y esperar a Piedad a
pie de las escaleras.
-
¡Pelagatos!
-
¡Tragaldabas!
-Replicó Piedad.
Sujetos
el uno en el otro subieron los omnipresentes diecisiete escalones hasta la
primera planta. Superado el último:
-
¡Pazhuata!
-
¡Trasnucao!
La
pareja tomó direcciones opuestas, cada uno hacia su habitación, con el objetivo
inminente de lavarse los dientes.
Veinticinco
eternos minutos, una ausencia prolongada más de lo debido, se convertían casi a
diario en un aporreo enérgico e insistente en la puerta de Alejo que, abriendo
con parsimonia, se encuentró el rostro serio e impaciente de Piedad clavándole
la mirada. El efecto inmediato fue que las piernas le tambaleasen de nuevo.
Nervioso, atropelló las sílabas:
-
¡Fi!
¡Fi! ¡Filibs! ¡Filibustera!
-
¡Y
tú arrapiezo!
Con
las prisas puestas, y sin banda sonora que sonase de fondo, navegaron el largo
pasillo hasta las escaleras. Cuando arribaron Alejo cedió el pasamanos y ocupó
su lugar mascullando:
-
¡Calambuca!
Piedad
vocalizó perfectamente:
-
¡Fu-las-tre!
Bien
amarraditos el uno al otro bajaron los diecisiete escalones hasta la planta
baja, y allí otra vez:
-
¡Huelegateras!
-
¡Haragán!
Como
topos que no necesitan ver el camino se adentraron en un sinfín de pasillos que
les llevó hasta la sala de gimnasia de mantenimiento donde se emborracharon en
cincuenta minutos con un cocktail
preparado a base de ejercicios de Tai-Chi, Yoga y Pilates. Empapados en sudor
salieron de la sala camino a la merecida ducha, no sin antes despacharse a
gusto mutuamente:
-
¡Petimetre!
-
¡Fanfosquero!
Convirtiéndose
en el mismísimo Sísifo, Alejo se adelantó y ocupó su bien sabido puesto al pie
de la colina, también conocida como escalera que lleva a la primera planta,
donde esperó a Piedad para esgrimirle con la guardia baja un:
-
¡Ganapán!
Ataque
que Piedad defendió y contratacó con un:
-
¡Estulto!
A
compás de cuatro por cuatro subieron las escaleras y se separaron camino a las
duchas sin un tímido “adiós”. Una pareja fortalece sus cimientos si sabe
respetar los tiempos y distancias propios. Tras la ducha; el tal vez vea
aprovechó para entretenerse viendo la televisión un rato o simplemente miró por
la ventana olvidando el tiempo o hizo garabatos con rostro de mujer sobre un
papel reciclado. Ella, puede que le quedase tiempo para acabar un broche de
fieltro o miró las fotos de una revista o se puso al día de la actualidad de la
residencia en el corrillo de compañeras.
Las
dos menos diez. Dicho así no parece tener mucha magnitud, pero en la rutina de
una residencia este dato temporal se traduce en una algarabía de personas con
hambre que bajan y se atropellan por las escaleras en dirección al comedor.
Ellos estratégicamente se esperaron.
-
¡Chirimbaina!
-
¡Gaznápido!
Y
tranquilos, porque el torrente ya ha pasado, se dejaron lle(g)ar.
Alejo
engullía y Piedad masticaba con seguridad mientras se miraban a los ojos.
-
¡Taramba!
-Protestó él.
-
¡Mastuerzo!
-Alegó ella.
La
salida del comedor era el mejor momento para la pareja. Las auxiliares estaban
tan ocupadas recogiendo platos, metiendo prisas y frenando a los propensos a
atragantarse, que el ascensor quedaba libre de vigilancia. Unos metros de paseo
disimulado y con diligencia se colaron en el ascensor. Un metro y medio
cuadrado de estrecha y necesitada intimidad que dura apenas unos segundos.
Benditos segundos. Más de cuarenta años juntos y ahora el tiempo y el espacio
eran minúsculos.
-
¡Hasta
luego lechuguina!
-
¡Adiós
mequetrefe!
Con
un pequeño beso, que prolongó sin duda el que se dieron dentro del ascensor sin
la mirada de nadie, se despidieron hasta después de la siesta.
Hora
y media después Alejo llegó tarde y lo sabía, Piedad le había ganado la mano y
le esperaba hierática junto a las escaleras. Alejo agachó la cabeza, metió el
rabo entre las piernas y muy bajito suspiró:
-
¡Cantamañanas!
-
¡Carpetovetónico!
–Proclamó bien alto Piedad.
Como
un iceberg a la deriva bajaron hasta el comedor donde aún les esperaba un café
con leche y magdalenas para ella y un zumo con montadito para él. Alejo
engullía y Piedad masticaba con seguridad mientras, esta vez no, se miraban a los ojos.
La
merienda terminó y se produjo un silencio. Piedad increpó con la mirada pero
Alejo no alcanzó a interpretar el mensaje. Piedad miró hacia la puerta del
comedor, le miró a él y volvió a mirar la puerta. Alejo confundido miró el
envoltorio de las magdalenas, la puerta del comedor y de nuevo el envoltorio.
Piedad se desesperó y empezó a martillearle con la mirada. Alejo se buscó en la
solapa de la camisa una mancha inexistente. Piedad se echó la mano a la cabeza.
Alejo se refugió mirando su reloj.
-
¡Vetusta!
–Explotó
Piedad- ¡Veintisiete vetusta! ¡Ve-tus-ta!
Entonces
soltó un manotazo en la mesa que derribó el café, el zumo, el envoltorio y más
de cuarenta años juntos.
Ante
la situación de violencia desmedida, las auxiliares les hicieron levantarse y
les acompañaron hasta el despacho del psicólogo.
-
¿Qué
ha sucedido?
-
Este,
que se ha quedado en veintisiete. Vetusta. Vetusta. ¡Vetusta!
–Espetó a Alejo que sólo pudo suspirar un exculpatorio:
-
Ainssss…
-
Bueno,
no está mal. Recuerde cuando no pasábamos del nueve.
–Proclamó conciliador el psicólogo.
-
Filibustera.
–Apuntó Piedad.
El
psicólogo prosiguió su discurso:
-
La
terapia no está yendo nada mal. Hemos avanzado notablemente. Alejo, usted tiene
que recordar que cada insulto se asocia con una acción o actividad concreta. No
vale otro insulto, tiene que ser el insulto asociado. Piense en la actividad y
el insulto le saldrá solo.
-
¿Usted
de verdad cree que esto va a funcionar? –Interrumpió Piedad- No sé, yo me siento rara…
-
¿Rara?
¿Por qué?
-
No
sé, tanto insulto… pues…
-
¿Sí?
-
Es
que… a mí… pues… ¡como que me dan ganas de acostarme con éste!
-
¿Cómo?
-Preguntó el psicólogo con las cejas arqueadas.
-
Ya
sabe, de hacer el amor.
-
Bueno,
si quieren podemos hablar de las relaciones sexuales en la edad madura.
-
¡Oiga!
–Replicó Piedad- ¡Que yo no necesito su
sermón ni su bendición! A ver si se cree que me va usted a enseñar algo nuevo.
¡Bastase!
-
No
se moleste Piedad.
-
¡Me
molesto lo que me da la gana! ¡Que yo me meto en la cama con este cuando
quiera!
Alejo
interrumpió ametrallando en todas direcciones:
-
¡Somugrosa,
lagarta, pelagatos, pazhuata, filibustera, calambuca, huelegateras, petimetre,
ganapán, chirimbaina, taramba, lechuguina, cantamañanas, vetusta, zangolotina,
mentecata y foligosa! –Tomó aire y continuó- ¡Zorrocloco, mameluco, tragaldabas,
trasnucao, arrapiezo, fulastre, haragán, fanfosquero, estulto, gaznápido,
mastuerzo, mequetrefe, carpetovetónico, sinsorgo, soplagaitas, alicáncano,
montaraz, mostrenco, mamotreto y tróspido!
Alejo
miró al psicólogo, miró a Piedad, y concluyó:
-
¡Los
míos y los tuyos! ¡Ale, vamos pa tu habitación!
Enlazados
por la pasión volaron hasta la primera planta saltándose los dichosos
diecisiete escalones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario