martes, 4 de agosto de 2015

27-VETUSTA

Rescato en el blog este relato que publiqué hace un tiempo en la revista literaria el Globo Sonda. Que lo disfrutéis. Con cariño para el grupo de facebook "Mucho más que letras."


27-VETUSTA
L. FERNANDO DE JULIÁN

Alejo y Piedad se despertaron a la misma hora, las rigurosas y exactas ocho de la mañana, pero en habitaciones distintas. Más de cuarenta años juntos y ahora tenían que dormir separados. Aquella situación no había llegado por capricho ni por distancias insalvables entre ellos, sino porque las normas de la residencia así lo establecían. Ambos formaban un caso de los denominados “no usual”, lo que también puede entenderse como excepcional. La mayoría de las realidades de los residentes era que, o bien un miembro de la pareja ingresara tras varios años de viudedad y trompazos con la autonomía personal siendo asistido por los servicios sociales de zona,  o bien ingresara porque los familiares habían decidido que la vida en la residencia era lo mejor. Alejo y Piedad eran la excepción, ingresaron voluntariamente el día que ellos solos se dieron cuenta que la suma de los problemas de salud propios de la edad y los problemas de memoria daban un resultado demasiado alto para sus posibilidades. Más de cuarenta años durmiendo juntos y ahora tenían que hacerlo separados.
Después de asearse oportunamente tocaba el desayuno. Alejo siempre esperaba a Piedad en las escaleras. Ella aparecía cada mañana por el fondo del pasillo de las habitaciones de las mujeres, con el pelo suelto y un perfume que era la envidia de la primavera. A Alejo le flaqueaban de continuo las piernas y más cuando el corazón se le aceleraba un poquito sólo con distinguir su figura. Como un ritual, Piedad llegó a su destino y sin decir nada Alejo le cedió el pasamanos. Ambos se miraron tiernamente.
-          ¡Somugrosa!- Le dijo con energía Alejo.
-          ¡Zorrocloco!- Le respondió Piedad.
Y juntos bajaron apoyaditos el uno en el otro los diecisiete escalones hasta la planta baja. El ascensor estaba, y sigue estando, reservado para los residentes con silla de ruedas o andadores; los demás tenían que bajar por las escaleras por tajante orden médica. Llegados al comedor se sentaron a la mesa, eso si podían hacerlo juntos, y esperaron el medido y energizante café acompañado con dos suizos. Alejo engullía mientras Piedad masticaba con seguridad.
-          ¡Lagarta!
-          ¡Mameluco!
Se levantaron al unísono con la despreocupación de quien no tiene que recoger nada y Alejo apretó el paso para sacar unos metros de distancia y esperar a Piedad a pie de las escaleras.
-          ¡Pelagatos!
-          ¡Tragaldabas! -Replicó Piedad.
Sujetos el uno en el otro subieron los omnipresentes diecisiete escalones hasta la primera planta. Superado el último:

-          ¡Pazhuata!
-          ¡Trasnucao!
La pareja tomó direcciones opuestas, cada uno hacia su habitación, con el objetivo inminente de lavarse los dientes.
Veinticinco eternos minutos, una ausencia prolongada más de lo debido, se convertían casi a diario en un aporreo enérgico e insistente en la puerta de Alejo que, abriendo con parsimonia, se encuentró el rostro serio e impaciente de Piedad clavándole la mirada. El efecto inmediato fue que las piernas le tambaleasen de nuevo. Nervioso, atropelló las sílabas:
-          ¡Fi! ¡Fi! ¡Filibs! ¡Filibustera!
-          ¡Y tú arrapiezo!
Con las prisas puestas, y sin banda sonora que sonase de fondo, navegaron el largo pasillo hasta las escaleras. Cuando arribaron Alejo cedió el pasamanos y ocupó su lugar mascullando:
-          ¡Calambuca!
Piedad vocalizó perfectamente:
-          ¡Fu-las-tre!
Bien amarraditos el uno al otro bajaron los diecisiete escalones hasta la planta baja, y allí otra vez:
-          ¡Huelegateras!
-          ¡Haragán!
Como topos que no necesitan ver el camino se adentraron en un sinfín de pasillos que les llevó hasta la sala de gimnasia de mantenimiento donde se emborracharon en cincuenta minutos con un cocktail preparado a base de ejercicios de Tai-Chi, Yoga y Pilates. Empapados en sudor salieron de la sala camino a la merecida ducha, no sin antes despacharse a gusto mutuamente:
-          ¡Petimetre!
-          ¡Fanfosquero!
Convirtiéndose en el mismísimo Sísifo, Alejo se adelantó y ocupó su bien sabido puesto al pie de la colina, también conocida como escalera que lleva a la primera planta, donde esperó a Piedad para esgrimirle con la guardia baja un:
-          ¡Ganapán!
Ataque que Piedad defendió y contratacó con un:
-          ¡Estulto!
A compás de cuatro por cuatro subieron las escaleras y se separaron camino a las duchas sin un tímido “adiós”. Una pareja fortalece sus cimientos si sabe respetar los tiempos y distancias propios. Tras la ducha; el tal vez vea aprovechó para entretenerse viendo la televisión un rato o simplemente miró por la ventana olvidando el tiempo o hizo garabatos con rostro de mujer sobre un papel reciclado. Ella, puede que le quedase tiempo para acabar un broche de fieltro o miró las fotos de una revista o se puso al día de la actualidad de la residencia en el corrillo de compañeras.
Las dos menos diez. Dicho así no parece tener mucha magnitud, pero en la rutina de una residencia este dato temporal se traduce en una algarabía de personas con hambre que bajan y se atropellan por las escaleras en dirección al comedor. Ellos estratégicamente se esperaron.
-          ¡Chirimbaina!
-          ¡Gaznápido!
Y tranquilos, porque el torrente ya ha pasado, se dejaron lle(g)ar.
Alejo engullía y Piedad masticaba con seguridad mientras se miraban a los ojos.
-          ¡Taramba! -Protestó él.
-          ¡Mastuerzo! -Alegó ella.
La salida del comedor era el mejor momento para la pareja. Las auxiliares estaban tan ocupadas recogiendo platos, metiendo prisas y frenando a los propensos a atragantarse, que el ascensor quedaba libre de vigilancia. Unos metros de paseo disimulado y con diligencia se colaron en el ascensor. Un metro y medio cuadrado de estrecha y necesitada intimidad que dura apenas unos segundos. Benditos segundos. Más de cuarenta años juntos y ahora el tiempo y el espacio eran minúsculos.
-          ¡Hasta luego lechuguina!
-          ¡Adiós mequetrefe!
Con un pequeño beso, que prolongó sin duda el que se dieron dentro del ascensor sin la mirada de nadie, se despidieron hasta después de la siesta.
Hora y media después Alejo llegó tarde y lo sabía, Piedad le había ganado la mano y le esperaba hierática junto a las escaleras. Alejo agachó la cabeza, metió el rabo entre las piernas y muy bajito suspiró:
-          ¡Cantamañanas!
-          ¡Carpetovetónico! –Proclamó bien alto Piedad.
Como un iceberg a la deriva bajaron hasta el comedor donde aún les esperaba un café con leche y magdalenas para ella y un zumo con montadito para él. Alejo engullía y Piedad masticaba con seguridad mientras, esta vez  no, se miraban a los ojos.
La merienda terminó y se produjo un silencio. Piedad increpó con la mirada pero Alejo no alcanzó a interpretar el mensaje. Piedad miró hacia la puerta del comedor, le miró a él y volvió a mirar la puerta. Alejo confundido miró el envoltorio de las magdalenas, la puerta del comedor y de nuevo el envoltorio. Piedad se desesperó y empezó a martillearle con la mirada. Alejo se buscó en la solapa de la camisa una mancha inexistente. Piedad se echó la mano a la cabeza. Alejo se refugió mirando su reloj.
-          ¡Vetusta! –Explotó Piedad- ¡Veintisiete vetusta! ¡Ve-tus-ta!
Entonces soltó un manotazo en la mesa que derribó el café, el zumo, el envoltorio y más de cuarenta años juntos.
Ante la situación de violencia desmedida, las auxiliares les hicieron levantarse y les acompañaron hasta el despacho del psicólogo.
-          ¿Qué ha sucedido?
-          Este, que se ha quedado en veintisiete. Vetusta. Vetusta. ¡Vetusta! –Espetó a Alejo que sólo pudo suspirar un exculpatorio:
-          Ainssss…
-          Bueno, no está mal. Recuerde cuando no pasábamos del nueve. –Proclamó conciliador el psicólogo.
-          Filibustera. –Apuntó Piedad.
El psicólogo prosiguió su discurso:
-          La terapia no está yendo nada mal. Hemos avanzado notablemente. Alejo, usted tiene que recordar que cada insulto se asocia con una acción o actividad concreta. No vale otro insulto, tiene que ser el insulto asociado. Piense en la actividad y el insulto le saldrá solo.
-          ¿Usted de verdad cree que esto va a funcionar? –Interrumpió Piedad- No sé, yo me siento rara…
-          ¿Rara? ¿Por qué?
-          No sé, tanto insulto… pues…
-          ¿Sí?
-          Es que… a mí… pues… ¡como que me dan ganas de acostarme con éste!
-          ¿Cómo? -Preguntó el psicólogo con las cejas arqueadas.
-          Ya sabe, de hacer el amor.
-          Bueno, si quieren podemos hablar de las relaciones sexuales en la edad madura.
-          ¡Oiga! –Replicó Piedad- ¡Que yo no necesito su sermón ni su bendición! A ver si se cree que me va usted a enseñar algo nuevo. ¡Bastase!
-          No se moleste Piedad.
-          ¡Me molesto lo que me da la gana! ¡Que yo me meto en la cama con este cuando quiera!
Alejo interrumpió ametrallando en todas direcciones:
-          ¡Somugrosa, lagarta, pelagatos, pazhuata, filibustera, calambuca, huelegateras, petimetre, ganapán, chirimbaina, taramba, lechuguina, cantamañanas, vetusta, zangolotina, mentecata y foligosa! –Tomó aire y continuó- ¡Zorrocloco, mameluco, tragaldabas, trasnucao, arrapiezo, fulastre, haragán, fanfosquero, estulto, gaznápido, mastuerzo, mequetrefe, carpetovetónico, sinsorgo, soplagaitas, alicáncano, montaraz, mostrenco, mamotreto y tróspido!
Alejo miró al psicólogo, miró a Piedad, y concluyó:
-          ¡Los míos y los tuyos! ¡Ale, vamos pa tu habitación!
Enlazados por la pasión volaron hasta la primera planta saltándose los dichosos diecisiete escalones.

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