miércoles, 19 de agosto de 2015
martes, 18 de agosto de 2015
LA CAMISA DE LORCA
LA
CAMISA DE LORCA
PREMIO CARRO DE BACO
DE TEXTOS TEATRALES BREVES 2014
L. Fernando de Julián
Escena única. Sierra
Nevada, Granada. Últimos estertores de una noche de luna llena antes de la
madrugada del 18 de agosto de 1936. Dos chicos muy jóvenes, Antonio y Belén,
están tumbados al fresco sobre una loma. Esperan algo. Belén es ciega, Antonio
le va narrando.
Belén- Cuéntame otra vez
cómo son las estrellas...
Antonio- Pero si ya te lo he
contado mil veces... Además, hoy no hay estrellas.
Belén- ¿No hay estrellas?
Antonio- No.
Belén- ¿Por qué?
Antonio- Porque cuando la
luna está llena no se ven.
Belén- Pero entonces sí
están...
Antonio- No, no están.
Belén- Yo no puedo verte y
sin embargo tú estás aquí conmigo ¿no?.
Antonio- Lo que tú digas...
Antonio se incorpora y se asoma
desde la loma.
Antonio- ¡Ya vienen!
Belén- ¿Cuántos traen?
Antonio- Cuatro.
Belén- ¿Cómo son?
Antonio- Parecen señoritos,
aunque es difícil distinguirlos.
Belén- ¿Qué hay?
Antonio-
Zapatos, un par de pantalones sucios y, espera... sí, una camisa de buen
ver.
Belén- ¿Una camisa?
Antonio- Sí, no tiene
botones, pero es buena.
Belén- ¿De qué color es?
Antonio- Blanca.
Belén- ¿Blanca?
Antonio- Sí. El pelotón ya
está formando, hoy va rápido.
Los cuatro presos son colocados,
el pelotón de fusilamiento se prepara frente a ellos.
Cabo- ¿Vuestra última
voluntad?
Silencio. De los cuatro sólo
Lorca se atreve a contestar.
Federico- Déjenme recitar un
último poema.
Cabo- Una mierda es lo que
vas a recitar tú. ¡Carguen!
Antonio- Ya están cargando.
¡Apunten!
Cabo- ¡Apunten!
Federico- (Levanta los
brazos como el personaje del cuadro de Goya) ¡Una oración!
¡Una oración!
¡Déjame una última oración por favor te lo pido!
Cabo- Dirígete a mi de
usted, maricón.
Pausa.
Federico- Por favor señor...
déjeme usted una oración...
Pausa.
Cabo- Los rojos no rezan.
Federico- Yo no soy rojo,
sino poeta señor.
Cabo- A mi no me contestes
que te suelto una ostia.
Federico- La última oración,
por lo que más quiera.
Belén- ¿No disparan?
Antonio- No.
Belén- ¿Qué pasa?
Antonio- No sé. El de la
camisa ha levantado las manos.
Belén- ¿Y qué hace?
Antonio- Está hablando con
el nacional.
Belén- ¿Y qué dice?
Antonio- Y yo que sé... ¡Si
no te callas!
Belén- Déjame a mi. (Agudiza
el oído)
Cabo- Además de rojo, poeta.
Y ahora una oración. Esto vale la pena verlo. ¡Que
sea breve!
Pausa. Federico hace memoria.
Federico- “Que todos
sepan que no he muerto;
Que hay un
establo de oro en mis labios;
Que soy el
pequeño amigo del viento Oeste;
Que soy la
sombra inmensa de mis lágrimas”.
Cabo- (El cabo se acerca
a Lorca) Me la has jugado hijo puta. (Vuelve con el
pelotón).
¡Fuego!
El pelotón dispara sus fusiles.
Los cuatro cuerpos caen al suelo.
Antonio- Ya está. Se acabó
la función. Ahora os vais a casa y nosotros a lo nuestro.
Pausa. Antonio vuelve a
tumbarse.
Antonio- ¿Qué ha dicho?
Pausa.
Belén- Un poema.
Antonio- (Ríe) Será
cursi el tío (Ríe) Ese se ha meado en los pantalones (ríe). Será
cagón... (ríe)
Belén- ¡Calla!
Pausa. Antonio se asoma de
nuevo.
Antonio- Ya se van. Venga,
dame la mano que vamos por lo nuestro.
Belén- ¡Espera!
Antonio- ¿Qué pasa?
Belén- Al de la camisa no.
Antonio- ¿Por qué? Si tú no
ves la sangre. Además eso se lava y queda como nuevo.
Belén- No es eso.
Antonio- ¿Entonces?
Belén- El de la camisa no,
prométemelo.
Antonio- Tú estás loca,
desperdiciar una camisa tan guapa...
Belén- ¡Te digo que no!
Pausa.
Belén- Prométemelo...
Antonio- (Pausa.
Antonio se lo piensa) Va bien... ¡La camisa para el muerto! ¡Pero
vamos ya!, no sea que vuelvan.
Belén- Antonio...
Antonio- ¿Qué?
Belén- Tenemos que
enterrarlo.
Antonio- ¿A quién?
Belén- Al de la camisa.
Antonio- ¿Qué dices? ¿Por
qué tenemos que enterrar a ese?
Belén- Porque ese hombre es
un poeta.
Antonio- ¿Y a mi qué? Si ni
siquiera sabes cómo se llama.
Belén- Eso da igual. Tenemos
que enterrarlo
Antonio- ¡Tú estás loca, voy
a enterrar yo a ese! ¡Los ciegos estáis todos locos!
Belén- Hay que enterrarlo,
Antonio, pero no aquí.
Antonio- ¿Y para qué? Si se
va a acabar pudriendo igualmente.
Belén- Si lo enterramos
nosotros nadie lo encontrará.
Antonio- ¿Y qué ganamos con
eso?
Belén- Su poesía Antonio.
Antonio- ¡Memeces de loca!
Belén- Si nadie lo encuentra
su lengua siempre estará en la de todos, sus palabras en
el aire, su
presencia en el horizonte... Será eterno e inmortal...
Antonio- ¡Qué montón de
estupideces!
Belén- Tú sólo guíame
Antonio, que yo lo arrastro.
Antonio- ¿Pero qué vas a
arrastrar tú a un muerto? ¿Y dónde lo vas a llevar? ¿Eh? ¿A
tu casa?
Belén- No. Colina abajo.
Cerca de las azucenas.
Antonio-
¡Qué azucenas ni que ocho cuartos! ¡Tú estas loca!
Belén- Por favor Antonio...
Antonio- ¡Que no!
Belén- Antonio, ese hombre
no se puede quedar así...
Antonio- ¿Y a ti qué más te
da?
Belén- No quiero que se lo
coman el sol y los gusanos.
Antonio- ¿Y qué quieres, que
se lo coman las flores?
Belén- Es importante
Antonio.
Antonio- ¡Que no quiero!
Pausa.
Belén- Está bien, no te
preocupes. Lo haré yo, aunque tenga que arrastrar los cuatro
cuerpos (Se
levanta para bajar la loma)
Antonio-
¡Menuda estampa, una ciega arrastrando cuerpos en mitad de la noche!
Belén- ¿Hay alguna roca?
Antonio- Si encima te me vas
a despeñar...
Belén- Dime ¿hay alguna?
Antonio- ¡Estate quieta
anda! (Pausa) Está bien. Pero todo lo demás es mío... para
ti
el muerto y para
mi lo demás.
Belén- Puedes quedártelo
todo. No quiero nada.
Antonio- ¡De perlas! Voy a
tener zapatos para rato... Vamos, amárrate a mi brazo que
bajamos.
Belén- Gracias Antonio, eres
un buen chico.
Antonio- A los locos no hay
quien os entienda...
"La camisa de Lorca", ganadora del I concurso de Textos Teatrales Breves carro de Baco se estrenó el 3 de octubre de 2014 en el Espai escènic Carro de Baco (Barcelona) con dirección de Germán Madrid e interpretación de Mireia Ruíz, Sergi Sánchez, Pol Nubiala y Txema Serrano.
martes, 4 de agosto de 2015
27-VETUSTA
Rescato en el blog este relato que publiqué hace un tiempo en la revista literaria el Globo Sonda. Que lo disfrutéis. Con cariño para el grupo de facebook "Mucho más que letras."
L.
FERNANDO DE JULIÁN
Alejo
y Piedad se despertaron a la misma hora, las rigurosas y exactas ocho de la
mañana, pero en habitaciones distintas. Más de cuarenta años juntos y ahora
tenían que dormir separados. Aquella situación no había llegado por capricho ni
por distancias insalvables entre ellos, sino porque las normas de la residencia
así lo establecían. Ambos formaban un caso de los denominados “no usual”, lo
que también puede entenderse como excepcional. La mayoría de las realidades de
los residentes era que, o bien un miembro de la pareja ingresara tras varios
años de viudedad y trompazos con la autonomía personal siendo asistido por los
servicios sociales de zona, o bien ingresara
porque los familiares habían decidido que la vida en la residencia era lo mejor.
Alejo y Piedad eran la excepción, ingresaron voluntariamente el día que ellos
solos se dieron cuenta que la suma de los problemas de salud propios de la edad
y los problemas de memoria daban un resultado demasiado alto para sus
posibilidades. Más de cuarenta años durmiendo juntos y ahora tenían que hacerlo
separados.
Después
de asearse oportunamente tocaba el desayuno. Alejo siempre esperaba a Piedad en
las escaleras. Ella aparecía cada mañana por el fondo del pasillo de las
habitaciones de las mujeres, con el pelo suelto y un perfume que era la envidia
de la primavera. A Alejo le flaqueaban de continuo las piernas y más cuando el
corazón se le aceleraba un poquito sólo con distinguir su figura. Como un
ritual, Piedad llegó a su destino y sin decir nada Alejo le cedió el pasamanos.
Ambos se miraron tiernamente.
-
¡Somugrosa!-
Le dijo con energía Alejo.
-
¡Zorrocloco!-
Le respondió Piedad.
Y
juntos bajaron apoyaditos el uno en el otro los diecisiete escalones hasta la
planta baja. El ascensor estaba, y sigue estando, reservado para los residentes
con silla de ruedas o andadores; los demás tenían que bajar por las escaleras
por tajante orden médica. Llegados al comedor se sentaron a la mesa, eso si
podían hacerlo juntos, y esperaron el medido y energizante café acompañado con
dos suizos. Alejo engullía mientras Piedad masticaba con seguridad.
-
¡Lagarta!
-
¡Mameluco!
Se
levantaron al unísono con la despreocupación de quien no tiene que recoger nada
y Alejo apretó el paso para sacar unos metros de distancia y esperar a Piedad a
pie de las escaleras.
-
¡Pelagatos!
-
¡Tragaldabas!
-Replicó Piedad.
Sujetos
el uno en el otro subieron los omnipresentes diecisiete escalones hasta la
primera planta. Superado el último:
-
¡Pazhuata!
-
¡Trasnucao!
La
pareja tomó direcciones opuestas, cada uno hacia su habitación, con el objetivo
inminente de lavarse los dientes.
Veinticinco
eternos minutos, una ausencia prolongada más de lo debido, se convertían casi a
diario en un aporreo enérgico e insistente en la puerta de Alejo que, abriendo
con parsimonia, se encuentró el rostro serio e impaciente de Piedad clavándole
la mirada. El efecto inmediato fue que las piernas le tambaleasen de nuevo.
Nervioso, atropelló las sílabas:
-
¡Fi!
¡Fi! ¡Filibs! ¡Filibustera!
-
¡Y
tú arrapiezo!
Con
las prisas puestas, y sin banda sonora que sonase de fondo, navegaron el largo
pasillo hasta las escaleras. Cuando arribaron Alejo cedió el pasamanos y ocupó
su lugar mascullando:
-
¡Calambuca!
Piedad
vocalizó perfectamente:
-
¡Fu-las-tre!
Bien
amarraditos el uno al otro bajaron los diecisiete escalones hasta la planta
baja, y allí otra vez:
-
¡Huelegateras!
-
¡Haragán!
Como
topos que no necesitan ver el camino se adentraron en un sinfín de pasillos que
les llevó hasta la sala de gimnasia de mantenimiento donde se emborracharon en
cincuenta minutos con un cocktail
preparado a base de ejercicios de Tai-Chi, Yoga y Pilates. Empapados en sudor
salieron de la sala camino a la merecida ducha, no sin antes despacharse a
gusto mutuamente:
-
¡Petimetre!
-
¡Fanfosquero!
Convirtiéndose
en el mismísimo Sísifo, Alejo se adelantó y ocupó su bien sabido puesto al pie
de la colina, también conocida como escalera que lleva a la primera planta,
donde esperó a Piedad para esgrimirle con la guardia baja un:
-
¡Ganapán!
Ataque
que Piedad defendió y contratacó con un:
-
¡Estulto!
A
compás de cuatro por cuatro subieron las escaleras y se separaron camino a las
duchas sin un tímido “adiós”. Una pareja fortalece sus cimientos si sabe
respetar los tiempos y distancias propios. Tras la ducha; el tal vez vea
aprovechó para entretenerse viendo la televisión un rato o simplemente miró por
la ventana olvidando el tiempo o hizo garabatos con rostro de mujer sobre un
papel reciclado. Ella, puede que le quedase tiempo para acabar un broche de
fieltro o miró las fotos de una revista o se puso al día de la actualidad de la
residencia en el corrillo de compañeras.
Las
dos menos diez. Dicho así no parece tener mucha magnitud, pero en la rutina de
una residencia este dato temporal se traduce en una algarabía de personas con
hambre que bajan y se atropellan por las escaleras en dirección al comedor.
Ellos estratégicamente se esperaron.
-
¡Chirimbaina!
-
¡Gaznápido!
Y
tranquilos, porque el torrente ya ha pasado, se dejaron lle(g)ar.
Alejo
engullía y Piedad masticaba con seguridad mientras se miraban a los ojos.
-
¡Taramba!
-Protestó él.
-
¡Mastuerzo!
-Alegó ella.
La
salida del comedor era el mejor momento para la pareja. Las auxiliares estaban
tan ocupadas recogiendo platos, metiendo prisas y frenando a los propensos a
atragantarse, que el ascensor quedaba libre de vigilancia. Unos metros de paseo
disimulado y con diligencia se colaron en el ascensor. Un metro y medio
cuadrado de estrecha y necesitada intimidad que dura apenas unos segundos.
Benditos segundos. Más de cuarenta años juntos y ahora el tiempo y el espacio
eran minúsculos.
-
¡Hasta
luego lechuguina!
-
¡Adiós
mequetrefe!
Con
un pequeño beso, que prolongó sin duda el que se dieron dentro del ascensor sin
la mirada de nadie, se despidieron hasta después de la siesta.
Hora
y media después Alejo llegó tarde y lo sabía, Piedad le había ganado la mano y
le esperaba hierática junto a las escaleras. Alejo agachó la cabeza, metió el
rabo entre las piernas y muy bajito suspiró:
-
¡Cantamañanas!
-
¡Carpetovetónico!
–Proclamó bien alto Piedad.
Como
un iceberg a la deriva bajaron hasta el comedor donde aún les esperaba un café
con leche y magdalenas para ella y un zumo con montadito para él. Alejo
engullía y Piedad masticaba con seguridad mientras, esta vez no, se miraban a los ojos.
La
merienda terminó y se produjo un silencio. Piedad increpó con la mirada pero
Alejo no alcanzó a interpretar el mensaje. Piedad miró hacia la puerta del
comedor, le miró a él y volvió a mirar la puerta. Alejo confundido miró el
envoltorio de las magdalenas, la puerta del comedor y de nuevo el envoltorio.
Piedad se desesperó y empezó a martillearle con la mirada. Alejo se buscó en la
solapa de la camisa una mancha inexistente. Piedad se echó la mano a la cabeza.
Alejo se refugió mirando su reloj.
-
¡Vetusta!
–Explotó
Piedad- ¡Veintisiete vetusta! ¡Ve-tus-ta!
Entonces
soltó un manotazo en la mesa que derribó el café, el zumo, el envoltorio y más
de cuarenta años juntos.
Ante
la situación de violencia desmedida, las auxiliares les hicieron levantarse y
les acompañaron hasta el despacho del psicólogo.
-
¿Qué
ha sucedido?
-
Este,
que se ha quedado en veintisiete. Vetusta. Vetusta. ¡Vetusta!
–Espetó a Alejo que sólo pudo suspirar un exculpatorio:
-
Ainssss…
-
Bueno,
no está mal. Recuerde cuando no pasábamos del nueve.
–Proclamó conciliador el psicólogo.
-
Filibustera.
–Apuntó Piedad.
El
psicólogo prosiguió su discurso:
-
La
terapia no está yendo nada mal. Hemos avanzado notablemente. Alejo, usted tiene
que recordar que cada insulto se asocia con una acción o actividad concreta. No
vale otro insulto, tiene que ser el insulto asociado. Piense en la actividad y
el insulto le saldrá solo.
-
¿Usted
de verdad cree que esto va a funcionar? –Interrumpió Piedad- No sé, yo me siento rara…
-
¿Rara?
¿Por qué?
-
No
sé, tanto insulto… pues…
-
¿Sí?
-
Es
que… a mí… pues… ¡como que me dan ganas de acostarme con éste!
-
¿Cómo?
-Preguntó el psicólogo con las cejas arqueadas.
-
Ya
sabe, de hacer el amor.
-
Bueno,
si quieren podemos hablar de las relaciones sexuales en la edad madura.
-
¡Oiga!
–Replicó Piedad- ¡Que yo no necesito su
sermón ni su bendición! A ver si se cree que me va usted a enseñar algo nuevo.
¡Bastase!
-
No
se moleste Piedad.
-
¡Me
molesto lo que me da la gana! ¡Que yo me meto en la cama con este cuando
quiera!
Alejo
interrumpió ametrallando en todas direcciones:
-
¡Somugrosa,
lagarta, pelagatos, pazhuata, filibustera, calambuca, huelegateras, petimetre,
ganapán, chirimbaina, taramba, lechuguina, cantamañanas, vetusta, zangolotina,
mentecata y foligosa! –Tomó aire y continuó- ¡Zorrocloco, mameluco, tragaldabas,
trasnucao, arrapiezo, fulastre, haragán, fanfosquero, estulto, gaznápido,
mastuerzo, mequetrefe, carpetovetónico, sinsorgo, soplagaitas, alicáncano,
montaraz, mostrenco, mamotreto y tróspido!
Alejo
miró al psicólogo, miró a Piedad, y concluyó:
-
¡Los
míos y los tuyos! ¡Ale, vamos pa tu habitación!
Enlazados
por la pasión volaron hasta la primera planta saltándose los dichosos
diecisiete escalones.
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